A veces, las apariencias engañan
Había una vez…
…una Ratita muy presumida que barría la escalera de buena mañana y, de pronto, se encontró una moneda.

Finalmente, como era tan presumida, decidió comprarse un lacito para la colita.
Al día siguiente, la Ratita salió a barrer la escalera, como hacía cada mañana, pero ese día estaba radiante con su lazo y todo el mundo que la veía pensaba en lo preciosa que estaba.
Al cabo de un rato, por delante de su casa, empezaron a desfilar sus pretendientes.
El primero que pasó fue el Burro, y viéndola tan bonita le dijo:
–Ratita, Ratita, tú que eres tan bonita… ¿Te querrías casar conmigo?
La Ratita le respondió: Para poderte casar conmigo, primero tengo que oir tu voz…
El Burro bramó: Iaaaa, Iaaaa, Iaaaa, Iaaaa …
Y la Ratita, asustada, le dijo: ¡Con esta voz atronadora no me quiero casar contigo!
Y el Burro se marchó triste, muy triste.
Unos minutos más tarde pasó el Pato y le dijo:
-Ratita, Ratita, tú que eres tan bonita… ¿Te querrías casar conmigo?
La Ratita le respondió: Para poderte casar conmigo, primero tengo que oir tu voz…
El Pato hizo : Quac, quac, quac, quac …
Y la Ratita le dijo: ¡Con esta voz tan fuerte no me quiero casar contigo!
Y el Pato se marchó triste, muy triste.
Más tarde, pasó el Perro y dijo:
-Ratita, Ratita, tú que eres tan bonita… ¿Te querrías casar conmigo?
La Ratita le respondió: Para poderte casar conmigo, primero tengo que oir tu voz…
El Perro ladró: Guau, guau, guau, guau…
Y la Ratita, tapándose las orejas, le dijo: ¡Con esta voz tan ruidosa no me quiero casar contigo!
Y el Perro se marchó triste, muy triste.
Instantes después pasó el Gallo y le dijo a la Ratita:
-Ratita, Ratita, tú que eres tan bonita… ¿Te querrías casar conmigo?
La Ratita le respondió: Para poderte casar conmigo, primero tengo que oir tu voz…
El Gallo hizo: Qui-qui-ri-quí, Qui-qui-ri-quí, Qui-qui-ri-quí, Qui-qui-ri-quí …
Y la Ratita, horrorizada, le dijo: ¡Con esta voz tan estridente no me quiero casar contigo!
Y el Gallo se marchó triste, muy triste.
La Ratita empezó a ponerse nerviosa al ver que ningún pretendiente era suficientemente bueno para ella, pero de golpe pasó por ahí el Gato, que dijo:
-Ratita, Ratita, tú que eres tan bonita… ¿Te querrías casar conmigo?
La Ratita le respondió: Para poderte casar conmigo, primero tengo que oir tu voz…
El Gato maulló: Miau, miau, miau, miau….
¡La Ratita no se lo podía creer! Aquella voz tan dulce le había llegado al corazón, y le dijo: Con esta voz tan bonita… ¡Sí que me quiero casar contigo!
El Gato y la Ratita se casaron. Todo el mundo advirtió a la Ratita sobre las intenciones del Gato, pero ella sólo recordaba su voz y pensaba en lo enamorada que estaba.
Un día, cuando la Ratita estaba despistada, el Gato la pilló por sorpresa… ¡Y de un bocado se la comió!
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.



